sábado, 2 de julio de 2011

LAS GUERRAS DE LOS NIÑOS REPUBLICANOS (1936-1995)

 

Vivimos en un mundo que pretende ser definido por un cierto sentido humanitario. Para ello ha sido preciso construir un velo que oculte las profundas y verdaderas razones de las guerras provocadas por el control del petróleo, el dominio de la agricultura transgénica, las materias primas minerales yacentes en los países más míseros, esa mezcla de esclavitud y proletarización que es la emigración masiva, el crimen mafioso y los ejércitos privados pret a porter.
Hay muchas cosas que se hacen sólo para ser vistas, muchas más deben de permanecer ocultas. Para lo primero están las organizaciones filantrópicas, ahora llamadas solidarias para alejarlas de toda consonancia masónica. Para ser ocultadas las que son causa y motivo de los quehaceres de estas organizaciones. Así, se nos muestran catástrofes y guerras terribles, donde una vez más en la historia las víctimas no son principalmente los soldados combatientes, sino ciudadanos inseguros, sorprendidos, desplazados, huidos, aterrados, perseguidos, vencidos por el hambre y la desesperación. Y niños, miles, millones de niños que nunca quisieron hacer ninguna guerra ni nunca desearon más que empezar a vivir y se hunden en un profundo abismo convertidos en sus más tristes protagonistas.
Niños en medio de las guerras, niños destrozados por los bombardeos, por las balas, por el hambre, por el cansancio agotador, niños jugando a la guerra, niños con pistolas en las manos, niños haciendo la guerra, niños fusilando prisioneros, niños asesinando, violando, cargados de coca hasta la locura, cargados de desesperación, de odio inesperado, de angustia, sin salidas, sin esperanza, sin más futuro que la muerte. Dándola o recibiéndola. Carne de cañón barata, abundante, inútil ya para otros menesteres.
Este es ahora el mundo. Para demasiados niños la única esperanza nace de la muerte, la única razón para seguir viviendo, de la ración de cocaína, y al fin, su único objetivo es sobrevivir.
Los tiempos han cambiado algo. Hace sesenta años un largo periodo de guerras en el mundo se inauguraba con el intento fallido de golpe de Estado de un grupo de generales contra la legalidad republicana en España. Tras el fracaso de los generales ante la férrea resistencia del pueblo decidido a defender las libertades y el derecho a una vida digna en una sociedad democrática, comenzó una lucha feroz entre las fuerzas más oscurantistas y reaccionarias y los pueblos del mundo. De todas las naciones llegaron miles de entusiastas defensores de la República y la libertad y de cada pueblo y cada barrio salieron cientos de miles de voluntarios dispuestos a impedir al triunfo de la reacción.
Tres años duró aquella primera batalla entre los fascismos y el ansia de libertad. Fueron tres años terribles para el pueblo, murieron en el intento cientos de miles de luchadores, muchos en el frente, pero muchos más en los paredones y las cunetas, fusilados, desaparecidos, torturados, asesinados. La masacre inicial dio paso con los años a una metódica y tranquila masacre espesa y oscura. Cuarenta años de cárceles, torturas, asesinatos y miseria fueron haciendo su efecto y la memoria de aquella guerra se fue convirtiendo en memoria del miedo, memoria del terror mantenido, memoria del silencio y el exilio.
Pero fracasaron. Fracasaron los militares, fracasaron los clérigos, fracasaron los señores del campo, las minas y el hambre, fracasaron a pesar de todo porque ni un solo día de esa larga noche de piedra dejaron de levantarse una y mil voces exigiendo libertad, exigiendo justicia, gritando en las calles, escribiendo consignas en los muros de las ciudades, llamando a la huelga en las fábricas, repartiendo propaganda clandestina, organizando la resistencia, luchando, en suma por la libertad. Ni un solo día pasó sin que esto ocurriera, y la memoria vivió, pasó de boca en boca, en el silencio de las familias donde faltaban hombres y mujeres, muertos, exiliados o encarcelados, en la hoja clandestina pasada de mano en mano en cada tajo, en cada pueblo, en cada barrio. Luchamos y al fin pudimos volver a transitar los caminos de libertad. Tal como en el hermano Chile anunciara antes de ser asesinado el compañero Allende “Volverán a abrirse las grandes avenidas.....” Y así ha sido.
Pero para todos los que lucharon entonces, antes o después, desde el principio o aunque fuera un solo día, para todos los que decidieron algún día no callar, no aceptar, no someterse, resistir, luchar, la lucha ni acabó al acabar la dictadura ni puede acabar nunca. Es un imperativo moral más allá, como todo imperativo moral, de circunstancias y dictadores, es un anhelo de libertad y justicia que denuncia todo crimen, toda explotación, toda humillación, todo odio racial, toda discriminación, toda injusticia. Y esa lucha se libra en las duras condiciones de la clandestinidad o en las duras condiciones de la democracia establecida. Y más en estos tiempos de reacción y violencia.
“Hay quienes luchan un día..... pero hay quienes luchan toda su vida y esos son los imprescindibles” decía en tiempos quizás tan oscuros como los que hoy vivimos Bertold Brecht, y uno de esos se llama Eduard Pons Prades. Luchó en el frente con diecisiete años contra el fascismo en España, luchó en la resistencia en tierras de Francia contra la ocupación nazi y sus buenos aliados franceses, y siguió luchando desde la dura clandestinidad contra la dictadura franquista, todos los días de su vida, pasando la frontera clandestinamente con propaganda, armas, organizando grupos de luchadores libertarios que se jugaban la vida cada día en las calles y en las fábricas y el campo, viajando sin parar en busca de apoyos, estudiando, escuchando al pueblo, escuchando a los compañeros, escuchando hasta a los enemigos por ver como defender la libertad. Observador finísimo de la realidad, negociador amplio deseoso de unir fuerzas y evitar dogmatismos, no dejando nunca de estudiar, de recomendar libros, lecturas, periódicos, cultura, acción, rebeldía. Ese es ha sido y será hasta que un día nos haya de faltar, el compañero Pons Prades.
Su lucha es por la justicia, por eso no deja de escribir, de recoger memoria oral, de preguntar a todos, de trabajar, de marchar a las radios, las televisiones, los periódicos, los ateneos, las tertulias, para dejar constancia de que siempre hay alguien a quien nada hará callar. Incisivo, tolerante, ocurrente, evidente en sus juicios, tiene una frase acertada, un comentario digno, un recuerdo para los compañeros caídos y una llamada de indignada atención sobre toda injusticia pasada y presente.
Hoy nos entrega este libro sobre los niños que sufrieron el exilio en la Guerra de España. Es un testimonio duro, tremendo, profundamente cargado de humanidad, ajeno a esa sensiblería prudente de nuestro entronizado humanitarismo oficial. Son duros alegatos que no hablan de miseria anónima ni condenan a una abstracta guerra desconocida. Señalan claramente con el dedo causas, sufrimientos, víctimas y verdugos. No hay en este libro oenegés pero si miles de ciudadanos anónimos solidarios con la causa de libertad que acogieron a esos niños huidos de la guerra en España en sus casas, en hogares colectivos, en escuelas improvisadas, que hicieron con ellos sus vidas, huyendo nuevamente del fascismo, luchando nuevamente por la libertad en peligro siempre. Y hay verdugos, hay hospicios franquistas donde se perdía el rastro de las familias encarceladas y huidas, hay campos de exterminio nazis donde los niños republicanos eran también exterminados, y cárceles para mujeres luchadoras donde miles de niños eran inocentes prisioneros obligados de la dictadura mientras durase la condena de sus familias.
Este es el libro que tienes entre las manos lector atento. No pierdas de vista lo que cuenta, pero más allá de lo que te va a contar escucha al compañero Eduard Pons Prades, su voz ha de vivir mientras haya injusticia en el mundo, y sus libros leerse mientras haya quien decida no callar ante el crimen, la opresión y dictadores y policías. Lee con atención, con él te llega la voz nunca perdida de quienes ayer sufrieron exilio y guerra siendo niños, mira ahora a tu alrededor. El libro habla con la voz de aquellos, pero habla de ti y de nuestro mundo. Ese es el testimonio, esa su lucha, esa nuestra voz, la de todo explotado, la de todo oprimido, la de toda víctima. Ese es el verdadero valor de este libro que hoy llega nuevamente hasta ti. Y ese el testimonio de un compañero libertario que nunca renunciará a levantar su voz en defensa de la libertad que siempre está en peligro.

                                                                                  Juan Barceló

N.B. Eduard Pons Prades es autor de numerosos libros en los que ha recogido la memoria oral de cientos de luchadores por la libertad. “Las guerras de los niños republicanos (1936-1995)” fue editado en el año 1997 por la editorial Compañía Literaria, actualmente desaparecida.
Eduard Pons Prades realizó una amplia labor de pensamiento y acción, y fue hasta su fallecimiento en el pasado 2004 miembro de la Junta Directiva de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE).

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