sábado, 2 de julio de 2011

UN HOMBRE EN LA SIERRA: MANUEL TORRES, GUERRILLERO

 
Un hombre en la sierra, en el monte, en su mano, a su hombro, en su espalda, lleva un fusil, quizás una pistola en su cintura, un revolver. Camina junto a otros hombres, mujeres, en silencio, procurando no ser oídos, no ser notados, no ser vistos.
Ese hombre no se cambia de ropa en meses, en años, duerme al raso las más de las noches, hace guardias interminables en las duras noches de frío, de calor,  de lluvia, de nieve. Come poco, a veces crudo, a veces nada a lo largo de un día, de varios. Lleva heridas, cicatrices.
A veces entran en una aldea, en un pueblo, reparten hojas impresas llamando a la resistencia y denunciando tiranías, amenazan al cacique, al somaten, al falangista, al fanático cura que utiliza el confesionario para sonsacar a las mujeres informaciones de las que penderá la vida de muchos vecinos. A veces se llevan a uno de esos hombres, a veces le matan.
En masias y cortijos, encuentran manos amigas que les van a buscar tabaco y unas latas de conservas al pueblo, les dejan un pajar para dormir a cubierto, les dan de comer caliente. A veces se saben vendidos, traicionados, a veces encuentran la masía, el cortijo, la carbonera, vacíos. Saben que ha habido duras represalias, torturas a sus amigos, a sus apoyos, a los enlaces, violaciones, asesinatos. Saben que difícilmente nunca más encontrarán allí refugio seguro.
Es un guerrillero.
Nadie nace guerrillero. ¿Qué pudo llevar a este hombre a vivir así? ¿por qué? ¿para qué? ¿con qué horizonte? Nadie nace guerrillero, nadie elige vivir así por su gusto.
Es Manuel Torres, guerrillero ahora, antaño preso, trabajador forzado en campos de concentración, sin salario, sin esperanzas, sin expectativas, para años, para siempre quizás, y antes era marinero en un barco de guerra republicano, y antes peluquero y antes… Antes.
¿Qué le ha llevado a la sierra? Tenía madre, hermana, una casa, un pueblo, vivió en una gran ciudad, tuvo una novia.
Ahora sólo tiene un fusil y el monte, la tierra que pisa, la que posiblemente un día le cubrirá, nada más, nada.
Esa tierra que le cubrirá un día, cuando le maten, cuando la bala certera salga de la boca de un fusil disparada por la mano mercenaria de otro hombre de la sierra, de alguien que disparará por mil pesetas de recompensa, de un guardia civil. Entonces ya no pisará la tierra, le cubrirá olvidado en una cuneta, o en las tapias de un desconocido cementerio.

Guerrillero, resistente, maquis. Otros le dicen bandolero, criminal, huido, rojo. Guerrillero, resistente, el que no se resignó, el que no quiso callar, el que no pudo callar, el que decidió seguir donde otros habían caído, retrocedido, escondido, huido, exiliado. Él no, el hubo de quedarse, ¿por elección? ¿porque no fue posible? ¿porque ni lo deseaba? ¿porque ya era tarde y él lo sabía?
Seguir luchando, a pesar de todo, a pesar de la gran derrota, de la gran masacre, de la pérdida de tanto, casi de todo, de la esperanza, de toda ilusión, de todo, excepto –aún- de la vida, de la propia vida.
¿Esperanza? ¿ilusión?
Guerrillero, estás muerto ¿No lo sabes? Eres un muerto de permiso, que decían en tiempos de esperanza, en otro tiempo heroico. Pero muerto. Y ese muerto eres tú, ya eres tú también. Y sin embargo, seguir, seguir luchando, seguir.
¿Qué seguirá? ¿qué vivirá? ¿ideas? ¿ideales? ¿esperanzas? ¿otros?
Guerrillero, estás muerto, pero nunca lo olvides, tienes una obligación: sobrevivir, seguir, luchar, no caer, luchar, no caer, luchar, no caer.
Contra ellos, contra los que han acabado con tu familia, tus amigos, tus camaradas, tu infancia de niño de pueblo andaluz, tus ilusiones de militante, de marino de la República, de tu pueblo, de tu gente. Vivir, luchar, morir, quizás morir, pero hasta ese día, resistir, dar la cara, decir no, decir no callaré, no me podrán callar, no me rendiré, no nos rendiremos, no callaremos. Somos muchos, somos pueblo, somos casi todos, somos algo llamado el género humano, ni de aquí ni de allá, mi familia es la humanidad, mi patria el mundo, no tengo otra patria, ni otra familia ya. Somos la internacional, sin patria, parias.
Todo es un gran incendio. Arde un fuego que ayer ardía en las trincheras, hoy en el bosque, ayer en las ciudades bombardeadas, en las fábricas incendiadas, en iglesias quemadas, en calderas, en hornos, en humildes hogueras. Todo es un gran fuego, todo –las ilusiones también- se quema.
Pero el mundo seguirá ¿Qué podemos perder que no hayamos perdido ya? Muertos de permiso.
Arde el mundo. Otra vez en trincheras, en Francia, en Rusia, en Alemania, en Italia, en Indochina, en Trípoli, o en la calle, o en el bosque, o en la selva, o en los barrios obreros, en Beirut, en Vietnam, en Bolivia, en México, en Los Ángeles, en Irlanda, en Soweto, en Euskadi, en la franja de Gaza, en Sarajevo, Belgrado o Bagdad.
Arde porque debe arder, debe quemarse todo, tiene que arder. Ese fuego es también la vida, ese calor será vida, y si no, es igual, arderemos todos, es la revolución, es, aunque sólo sea, la rebelión, la insurgencia.
Nos matarán a todos, a ti, a ti, y a mí, zas, una bala, aquí no se salva ni dios.
Pero ahora debes dejar esa cabeza, debes dejar de pensar, debes sólo caminar, caminar, en silencio, resistir, sujetar fuerte tu pasaporte, ese fusil, ese macuto donde llevas tres o cuatro granadas de mano una manta y unos trozos de pan seco.
Llega el comisario, militante, duro consigo mismo, duro con todos, estricto, riguroso, según dice, científico. Compañeros, es inevitable, el triunfo es nuestro, es de la clase obrera, del proletariado universal. Adelante, venceremos.
Cierto, yo era un obrero, peluquero de oficio, luego marinero en un barco de guerra, voluntario, por cierto, no por hacer ninguna guerra, sino por ser marinero en un barco, viajar, navegar, marinero en alta mar. Y antes fui hijo de un zapatero remendón en un pueblo andaluz, peoné en el campo, huérfano de un pobre zapatero que intentó emigrar un día y hubo de volver sin nada a su pueblo.
Si, soy un obrero, triunfaremos, triunfaré, ¿triunfaré?, ¿yo triunfaré?
¿Por qué no se callará el comisario político? Seguro que todo lo que dice es verdad, pero es más verdad que no se le entiende nada. Todo lo que dice es seguro que es seguro, pero hoy estamos aquí, en la sierra, ¿para otros mañana? ¿para otro mañana? ¿para qué? ¿para quién?
Para decir no, sólo para eso, para decir no, y escuchar las charlas del comisario, y a veces para recordar mi casa, mi madre, mi familia, mis amigos, mis camaradas, mi infancia.

Manuel Torres, guerrillero. La bala que acabará con tu vida ya está fundida, ya viaja en la cartuchera de ese guardia civil, ya está montada en la recámara de un fusil, ya vuela veloz, ya entra en tus carnes, ya atraviesa tu piel y rompe tus huesos.
Manuel Torres, te han matado, muerto, te han matado. Una vez más han matado a un hombre, han matado a un guerrillero, pero esta vez se llama Manuel Torres, y eres tú.
Te han matado. ¿Para siempre? ¿quién te buscará mañana? ¿quién te esperará todos los días de su vida sabiendo que ya no podrás volver? ¿quién llorará tu ausencia?
¿Nadie llevará flores a tu olvidada y desconocida tumba? ¿nadie pondrá un epitafio que lean los caminantes al pasar recordando quien era aquel que murió defendiendo a los suyos? ¿nadie sabrá ya nunca más de ti? Cuando mueran, dentro de treinta, cuarenta, cincuenta años, los que te quisieron, los que te amaron, los que siempre te esperaron ¿nadie recordará nada de ti?
¿Quién vivirá tu memoria, tus ideas, tus ideales, tu vida de marinero, de obrero, de niño de un pueblo andaluz?

Te buscan, unos te han buscado para matarte, pero hay otros, que te buscan para volverte a la vida.
Te encontrarán. Te encontrará la bala certera, la bala que disparó ese guardia civil por una recompensa de mil pesetas, te encontró la tierra que pisaste, la tierra que te ocultará años y años, junto al muro de un cementerio de un extraño y desconocido pueblo. Te matarán, te ocultarán, ocultaran tu cadáver, te esconderán, te querrán olvidado, desconocido. Una ficha en un archivo secreto, unos papeles, un atestado, y el sucio olor de mil pesetas y un permiso.

  Te encontrarán, también, también te encontrarán los tuyos, aunque pasen años y años, te encontrarán los tuyos, los que te amaron, te esperaron, te buscaron. Te encontrarán, te encontrará tu madre, o la hija de tu madre, o la hija de la hija de tu madre, tus sobrinos, tus amigos, los hijos de los hijos de tus amigos, los hijos de los hijos de los hijos de tus viejos camaradas. Te encontrarán, te encontraremos, volverás a estar entre nosotros. Y tu no lo sabrás, pero lo sabrán todos, cuando te encontremos nadie te podrá olvidar, porque si no te encontrásemos, nosotros lo habremos perdido todo, tu, tu vida, nosotros, nuestra vida, nuestra razón de ser, nuestra esperanza, nuestra propia vida, como tu habrías perdido la tuya. Por eso te encontraremos, te encontrarán los tuyos tarde o temprano, te encontrarán los tuyos, todos, tu pueblo, tu gente. Te encontraremos, junto a las tapias del cementerio, pero no sólo un triste cadáver de antaño, encontraremos, un hombre, una idea, una vida, al único, al guerrillero, al marinero, al peluquero, al que se hizo practicante en medio de la guerra, al hijo del zapatero de un pobre pueblo andaluz. Manuel Torres, Guerrillero.

Y para ello, no han dejado pasar ni un día, los tuyos, los que te esperaron siempre, los que cansados de esperar llamaron a todas las puertas, soportaron insultos, vejaciones, pasaron miserias para encontrarte, y como hiciste tú antes, siguieron, siguen, seguirán. Nada te detuvo más que una bala maldita, nada les podrá detener a ellos, nada nos detendrá. Te encontraremos te encontramos y ahora vuelves entre nosotros. Te vemos llegar, sonriente, con tus ojillos pícaros, con tu mundo, tu traje de marinero, tus bártulos de peluquero, de practicante, tu arma, tus botas gastadas. Llamas a la puerta otra vez y te abrimos. Hemos esperado tanto que ya no teníamos duda. Sabíamos que llamarías un día a la puerta y te podríamos volver a abrazar. Te sentarás en la mesa camilla y estarás otra vez en casa, en tu pueblo, en tu barco guerrero, en la calle, en el pueblo.
Es cierto, hemos perdido a través de miles de años, una, muchas, todas las guerras, pero ahora, hoy, hemos ganado una vez más una batalla, una decisiva batalla. Has podido al fin llamar a la puerta y entrar en tu casa con los tuyos. Nadie ha podido al fin detenerte. Ni esa bala asesina. Nadie ni nada, ni el odio de tus verdugos, ni nadie, ni nada.
Tu madre, que siempre te esperó, tu hermana, tu sobrina, unos periodistas, un exiliado, unos amigos, unos camaradas, los hijos de los hijos de unos, de otros, todos han formado una vez más esa larga cadena humana que ha hecho que tu vida sea nuestra historia, gracias a la cual nosotros vivimos hoy, y aprendemos con cada reencuentro a vivir, a ser nosotros mismos, nuestra historia. Manuel Torres, tu vida es ahora nuestra historia, y por eso no la podremos ya nunca olvidar. Gracias, Manuel Torres, guerrillero.


Prólogo al libro de Seba Ortega y Daniel C. Bilbao, “Manuel Torres, guerrillero”

Juan Barceló,
Vocal de la Junta Directiva de AGE,
Asociación Archivo, Guerra y Exilio

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